Me defino como impresionista, trabajo con óleo sobre lino normalmente. A través del movimiento de las pinceladas, su densidad, veladuras y el color, pinto una emoción, una inquietud, una critica. Mi pintura sale de mi necesidad de expresar «eso» que no expreso con palabras, pulsos que no se ven a simple vista, lo sutil y velado.

Por otro lado, además de ser una entusiasta del color, también lo soy de la fotografía, y me encanta la técnica de hacer transferencias fotográficas. El proceso creativo pasa primero por la toma fotográfica, todas las fotografías son de mi propiedad o cedidas para retrato. De cada imagen hay un proceso de conversión a ByN, cambios de niveles, exposición, contraste y todo aquello que se ajuste a mi propósito de crear una imagen lista para ser pasada a la tela. Una vez transferida, «como un tatoo de niños algo más complicado», empieza la segunda fase que es la de pintar. La fase de pintura es la mejor. En esta fase nunca sé de entrada el resultado, no siempre se acomoda bien la imagen fotográfica con la pintura, no se ajusta y hay que descartar.

Mediante esta técnica estoy explorando también los paisajes. Aquellos paisajes de la infancia que están pegados en mi piel y mi retina, sus olores y colores. Paisajes que me abrazaron entonces y siguen haciéndolo, de esos que te enamoran y ya no quieres ni puedes desprenderte.

Soy fan de pintores coloristas, admiro enormemente a Joaquin Sorolla, y me encanta el juego de colores y veladuras de Howard Hodgkin.

Soy una aprendiz y espero serlo siempre. Pintar me hace estar en otro plano, me hace feliz. Es un pulso entre la emoción y la concentración, saborear esa mezcla de color con el toque de esa pincelada y el sentimiento del momento.

Después de un largo período de ausencia debido a mi maternidad, he vuelto al arte de la pintura y la fotografía con mucha fuerza, ilusión y entusiasmo. Me siento muy agradecida de iniciar de nuevo mi trayectoria artística.